L’ULTIMO TRENO DELLA NOTTE (1975) (Night train murders / Don’t ride on late night trains / Torture train / Violenzia sull’ultimo treno della notte / Xmas massacre) Dirigida por Aldo Lado. Con Macha Méril, Flavio Bucci, Gianfranco De Grassi, Irene Miracle, Laura D’Angelo y Enrico Maria Salerno. Disponible en Amazon o e-Bay por U$15.00 en versión uncut, editada por Blue Underground.
Antes de lanzarme de cabeza en esta piscina llena de sangre hirviendo titulada Night train murders, debo decir que esta película me provocó el más profundo insomnio. Primero, porque su secuencia de créditos iniciales dura al menos cinco minutos y todo al ritmo empalagoso y absolutamente perturbador de Demis Roussos, ese gordo enorme que visitaba frecuentemente los estelares chilenos durante la dictadura. Todos crecimos oyendo al señor Roussos, admirando con especial repugnancia su barba larga y esas túnicas ordinarias que combinaban perfecto con las escenografías puteras y los gomeros de plástico de shows tipo Vamos a ver. Bueno, demás está decir que la canción que interpreta aquí con demasiado entusiasmo es macabra desde todo punto de vista: dulzona, grotesca, horripilante. Ahora me explico mi insomnio. En 1972 el director norteamericano Wes Craven debutó con una peculiar opera prima. The last house on the left tenía todos los elementos para convertirse en una joya o en un bodrio: filmada en 16 mm por un puñado de dólares, con un elenco reducido y una variedad de efectos especiales de bajo costo para una suerte de remake visceral y nihilista de La fuente de la doncella, de Ingmar Bergman. Dos adolescentes viajan a la gran ciudad para asistir a un concierto. Lamentablemente, se topan con una banda de sádicos que proceden a a ultrajarlas de manera vil, desatando así una sangrienta venganza por parte de los padres de las víctimas. El resultado de Craven fue una película fundamental para describir el horror contemporáneo y la catapulta para uno de los nombres más importantes en la historia del cine de género. En plena década de los 70 nace así una estupenda vertiente que, a la larga se convertiría en un subgénero, las “películas de ultraje y posterior revancha”, donde se encuentran títulos tan jugosos como They called her one eye (de cuyo material Tarantino sacó a la enfermera tuerta que interpretaba Daryl Hannah en Kill Bill) o I spit on your grave, hasta la ultraviolenta y perturbadora Irreversible, de Gaspar Noe. Como los italianos siempre lo copian todo y mejor, durante los fructíferos e impredecibles setentas, un director de giallos llamado Aldo Lado decidió probar suerte en los terrenos concebidos por Craven. The last house on the left había sido un éxito en los cines grindhouse de la calle 42 en Nueva York, de manera que, junto a un productor no demasiado creativo, describieron un pequeño tratamiento para la historia de Night train murders.
Largamente perdida y prohibida en varios países, el director Aldo Lado se toma toda la calma del mundo para revelarnos a sus heroínas: dos chicas puras e inocentes que deben tomar el tren a Roma, donde las espera la familia de una de ellas. Durante el viaje, las niñas descubren que el tren va repleto, que no tienen donde sentarse y, además, que hay dos jovenzuelos que las pretenden. Las jovencitas hablan de sexo, una es virgen, la otra no. Cansadas de la incomodidad del viaje (y porque son bastante ingenuas en todo lo relativo al sexo), deciden bajarse en Verona y esperar el último tren de la noche. Pésima idea.
Además de las chicas en cuestión, en el primer tren (el diurno) también se baja una sofisticada y elegante mujer rubia, cercana a los cuarenta, interpretada por una actriz que nunca antes había visto y que desde ya se convirtió en mi nuevo fetiche. Se llama Macha Meril (un nombre perturbador) y es la gran villana de toda la historia. Bajo la luz azul fantasmagórica del tren y totalmente fuera de control se ocultan los dos jovenzuelos, quienes, luego de ¿abusar? sexualmente de la mujer rubia deciden seguir con las otras dos. La violencia y el espanto alcanzan niveles aún más ambiguos que en la película de Wes Craven. Más sucia y definitivamente más radical que su referente, la película no disimula sus pretensiones políticas: ricos y pobres son distintos, pero a la hora de la depravación todos tenemos los mismos deseos. Toda esta lucha de clases erótica y visceral se produce en el vagón de un tren en movimiento, como si el destino final de todos fuera desconocido, pero el viaje, un tormento. Hacia la última media hora, la estructura lógica obliga a la venganza, donde las similitudes con la película de Craven se hacen más evidentes. Pese a todo, es una tremenda película, potente, dura, la clase de películas que Hollywood es incapaz de ofrecer.
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